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" UNA HISTORIA CUALQUIERA."

( Basada en hechos reales ).

Corría el año 1.972 en un pequeño pueblo de la provincia de Badajoz, cuando llegó un viejo camión a la plaza lleno de viejos muebles y recuerdos de otros pueblos donde ya habían estado dando servicio y bienestar a sus dueños. Detrás del camión venía un coche con los propietarios de los enseres y que desde ese día serían unos vecinos más. De la parte trasera del vehículo salió con sus pantalones cortos un joven de unos quince años, pecoso, esquelético, larguirucho y gran mata de pelo negro que reposaba en sus hombros. - ¡ Qué lejos está esto ¡-. Comentó el pecoso mientras se desperezaba por el largo viaje. Sus padres ya dentro de la casa recién alquilada le llamaron: -Juan, trae las cosas del maletero -. Juan, el esquelético, obedeció a la voz de su madre y entró en la casa cargado de maletas. Las dejó en el suelo y la primera impresión no pudo ser peor, no le gustaba el pueblo y no le gustaba la casa. Su deseo era seguir en el pueblo donde anteriormente vivía puesto que allí era donde tenía realmente su casa y sus amigos, y ahora, ahora había ido a parar al ombligo del mundo, a un viejo pueblo lleno de viejos que estaban tomando el sol en la plaza mirándo a los recién llegados, calles sin asfaltar plagado de ruinosas paredes de piedras unidas en su mayoría con barro y paja. -¡¡¡ Vaya una mierda de pueblo...joder ¡¡¡- Pensó el pecoso mientras colocaba sus cosas en la habitación que sería suya para mucho tiempo. No podía ni imaginar por un mometo lo que el destino le tenía preparado entre aquellas callejuelas maltrechas llenas de polvo en verano y pegadizo barro en invierno. Para Juan empezaba aquí la andadura de su vida, su desperar al mundo real con experiencias que dejarían una huella tan profunda en su ser que jamás olvidaría y que cambiarían para siempre sus noveles ideas formadas en torno a lo que él creía que era su forma de vivir. Aprendería a valorar lo que significan las palabras amistad, esfuerzo, sacrificio, rabia, amor, y sobre todo dolor, un dolor interior que solo termina cuando se apaga la luz del pensamiento.
Su primer contra tiempo llegó a la hora de matricularse para los estudios, ya que se había agotado el plazo para acceder a la escuela pública y no podía incorporarse con el curso ya en marcha lo que aceleró súbitamente su incorporación al mundo laboral, al mundo del esfuerzo continuado, un mundo de mayores que se abrió para él antes de tiempo. Sus sensibles manos no aguantaron ni una semana en dar señales de aviso, el trabajo que hacía mantenía sus manos entumecidas y ensangrentadas con grandes ampollas que no dejaban de supurar. Le cambiaron de trabajo y con ello encontró a sus primeros compañeros de correrías. Eran del pueblo y después de cada jornada se juntaban para practicar las aficiones favoritas de la mayoría de vecinos y que se resumían en dos: Una de ellas era visitar los tres bares del pueblo para tomarse unas cervezas y la segunda afición consistía en repetir la primera, osea, volver a visitar de nuevo los tres bares hasta la hora de la cena. Juan terminó pronto con esas amistades. Todas las noches llegaba a casa sin ganas de cenar y casi borracho de tantas cervezas que se consumían en esas prácticas tan populares y puso fin a lo que él consideraba el paseo de los borrachos.
Se acostumbró a deambular como un solitario ermitaño por las calles del pueblo y por las tardes se dedicaba a leer detrás de la iglesia su colección de novelas del oeste escritas por Marcial Lafuente Estefanía. Sentía gran placer con esa lectura y en ese lugar apartado de todo el mundo. Sentado en un banco de frio cemento rodeado de rosales medio secos y con un carro viejo abandonado como única compañía. Una de esas tardes vió llegar a una joven que se sentó en otro banco y desde una distancia de nueve metros que les separaban la chica saludó:
- Buenas tardes...-
-Hola.-
Respondió Juan mientras repasaba de arriba a bajo a quien se había atrevido a romper el silencio que tanto le gustaba. Observó a una joven de no más de metro y medio, su pelo castaño llegaba hasta su cintura cubriendo toda la espalda y sujeto tan solo con una diadema verde a juego con el color de sus ojos. Con cara redonda y mofletes muy marcados y rojizos.
- ¿ Tu eres el que ha venido nuevo al pueblo ?.-
-Si.-
-¿ Cómo te llamas ?.-
- Yo Juan, ¿ y tu ?.-
- Felisa. ¿ Qué estas leyendo si se puede saber ?.-
- Una novela de Marcial Lafuente...-
- ¿ De ese que siempre mata a los malos con un tiro en la frente... entre ceja y ceja ?.- Preguntó Felisa con un poco de sorna.
- Y tu, ¿ cómo lo sabes ?. ¿ Acaso lees a ese escritor ?.-
- Ese ni es escritor ni es nada. Lo sé porque mi padre también las lee y debería de estar prohibida esa clase de publicaciones...son para gente bruta y poco cultos.- Apostilló Felisa con aires de intelectual.
- Entonces tu ¿ qué lees listilla ?...quizá estás aún por caperucita roja, o mejor, por El Principito ¿ no ?.- Pregunto Juan, que empezaba a molestarle ya el tono que tomaba aquella recién iniciada conversación. - Lo que yo leo, no es la clase de lectura que le gusta a la gente que lee novelas del oeste, puedes estar seguro. ¿ Has oido hablar alguna vez de García Lorca...de Miguel Hernandez...de Pablo Neruda ..?. Seguro que no ¿ verdad ?, pues esa es mi clase de lectura en la que no se pegan tiros...-
Y era verdad, Juan nunca había oido hablar de aquella gente que decía Felisa y eso le descolocó. Lo más variado que había leido eran algunos tebeos del Capitán Trueno y las Aventuras de Roberto Alcazar y Pedrín. Se hizo un poco el loco y exclamó un fuerte: ¡¡¡ -Bahhh, tu qué sabes...- ¡¡¡ y bajó la mirada hacia su novela para dar por finalizada la conversación al tiempo que se acercaba María con su media melena rubia, amiga de Felisa , y se sentó junto a ella.
-¿ Quién es ese ?.- Susurró al oido de Felisa. - Es el nuevo, el que ha venido a vivir al pueblo hace poco. ¿ Nos vamos a la casona ?-. Sugirió Felisa a su amiga.
- Vale. Vamos, que los otros ya habrán abierto y estarán allí.-
Las dos amigas se despidieron a la vez de Juan con un seco -adios- y partieron al punto de reunión de todos los días, la casona, que era una antigua casa de dos pisos y en el superior tan solo había paja, mucha paja, o al menos eso parecía en cuanto habrías la puerta de aquel pajar.
Felisa y María llegaron a la casona y al entrar oyeron la música que salía de la guitarra que estaba tocando Oscar, hijo de los dueños de la casona.
- Hola guapas, ¿ que tal ?.-
Saludó Oscar con amplia sonrisa que dejó visible una dentadura perfectamente alineada y limpia.
- Muy bien Oscar. Nos vamos al pajar, tu avisa si vienen los picoletos.-
Contestó Felisa al tiempo que cogía de la mano a María y tiraba de ella escaleras arriba para pasar la tarde en el pajar.
Mientras, Juan dejó su lectura camino de casa mascullando malos pensamientos dirigidos hacia aquella persona pequeña de estatura y de mente, que tan impertinente le había parecido en sus comentarios con su autor preferido, con Marcial, que tan buenos ratos le reportaba con sus historias.
Ya de noche, Felisa regresó a su casa para preparar la cena de ella y de su padre. No hizo más que asomar por la puerta cuando escuchó la voz ronca de su padre. - ¿ Ya estás aquí, so puta...?, ¿ ya vienes de estar con esos maricones...?. El padre se acercó a Felisa, visiblemente borracho como era su costumbre, y le asestó un tortazo en la cara que Felisa no pudo esquivar y acabó con su cuerpo en el suelo. El padre cogió una gran mata de pelo y arrastró a Felisa hasta la cocina.
¡¡¡- Venga... la cena...so guarra ¡¡¡-.
Felisa se levantó como pudo, aturdida por la agresión mientras notaba como se le hinchaba su ojo derecho. Dejó la cena encima de la mesa y se encerró en su habitación, llorando como casi todas sus noches. Entre lágrimas fue repasando su vida, una vida desgraciada por culpa de su madre que la dejó sola en el mundo cuando ella vió la luz por primera vez. El parto de la madre se complicó y no pudo superar el momento decisivo de ver nacer a su primera hija. Nada más salir del hospital una hermana de su madre se hizo cargo de ella puesto que su padre no quiso saber nada de su hija, abatido por la muerte de su esposa. Desde ese instante siempre culpó de su muerte a Felisa y nunca se lo perdonó. Se dió a la bebida y así trascurría su día a día, entre el alcohol y un pequeño huerto al que acudía a diario para matar el tiempo.
Era de madrugada cuando consiguió conciliar el sueño a duras penas con su ojo cerrado por el golpe recibido y la mejilla enrojecida y ardiente.Su último pensamiento antes de dormirse fue para su encuentro con Juan, ese delgaducho que se dedicaba a pegar tiros detrás de la iglesia con sus novelas del oeste.
Después del trabajo, Juan estuvo dos días pateando las calles del pueblo buscando un encuentro con Felisa pero ella no aparecía, no daba señales de vida. Era como si la tierra se la hubiera tragado y también a su amiga. Desistió y volvió a su rutina, a la lectura tras la iglesia junto al carro abandonado. Pero no tardó mucho en producirse el encuentro que tanto ansiaba. Una de esas tardes, con su novela en el bolsillo al doblar una esquina la vió caminando delante de él. Apretó el paso y cuando estuvo a su altura comenzó a hablar.
- Hola Felisa...¿ donde vas ?.-
- Hola. Voy a la casona, mis amigos me esperan.-
- ¿ Puedo acompañarte hasta allí ?.- Preguntó Juan con voz temblorosa por si se llevaba un desplante de Felisa.
- Bueno. Como quieras.-
- Hace muchos días que no te veo por ahí... ¿ has estado fuera ?.-
- No. No he salido de casa...he tenido mucho trabajo.- Contestó Felisa esquivando como pudo la respuesta. La verdad era que no se atrevía a salir a la calle con el ojo morado para que nadie murmurara lo que realmente pasaba en su casa.
- Veo que llevas a tu amigo Marcial en el bolsillo, ¿ has matado a mucha gente esta tarde ?. Le preguntó con cierto tono sarcástico.
- Ya te estás metiendo conmigo como el otro día ¿ no ?. A mi me gusta y eso es lo que importa y yo no me meto con lo que te pueda gustar a ti...listilla.-
Los dos se echaron a reir mientras llegaban a la puerta de la casona y Juan se dispuso a despedirse de aquel breve encuentro que tanto había estado buscando y tan solo duró lo que dura un suspiro.
- Ya hemos llegado. Esta es la casona.-
Dijo Felisa mirando fijamente a los ojos de Juan.
-¿ Puedo entrar contigo... ?.-
Preguntó el larguirucho con cierto temor.
- No. Lo siento pero no puedes entrar, lo tenemos prohibido como norma entre nosostros. Antes tengo que consultarlo con los demás y si a ellos les parece bien...podrás venir otro día.-
Comentó Felisa con fastidio. Le apetecía que Juan hubiera estado con ella en la casona pero las reglas eran tajantes en el grupo de cinco personas y antes de admitir la presencia de un extraño tenían que estar todos de acuerdo. Juan dió media vuelta y sin decir nada partió hacia su altar de lectura que no era otro que una gran pared, un viejo carro, unos rosales secos y unos bancos de frio cemento. Felisa entró en la casona dispuesta a convencer a sus compañeros de que admitieran en el grupo a Juan. Le caía bien aunque pareciera un pardillo y tenía la impresión de que podían tener una buena relación entre ambos.
- ¡¡¡ Ya era hora, tia..., que toquen las campanas ha aparecido la "misin"...¡¡¡- Gritó Oscar al ver entrar a Felisa. Ella sonrió y le dijo que llamara a los demás que había reunión. Oscar dejó su inseparable guitarra en el carcomido sofá donde siempre se sentaba y llamó al resto que estaban en una habitación contigua jugando al parchís. - Ehhh..gente, que ha venido Felisa y tenemos reunión...venga, moveros.- Dejaron la partida y tanto Lucas como Ramón miraron a María y dieron por finalizada la frenética carrera de sus fichas.
Lucas y Ramón eran amigos inseparables desde la infancia, vecinos puerta con puerta y no salían de casa sin pasar por la casa del otro con tal de estar siempre juntos. Tenían dieciocho años, al igual que María y los estudios les habían unido a los cinco desde pequeños. En verdad formaban un buen grupo, con gustos muy parecidos en todo.
- ¿ Qué te ha pasado estos días que no has venido ?.-
Preguntó Lucas a una sonriente Felisa mientras todos se sentaban alrededor de una pequeña mesa.
- Lo de siempre...-
Comentó Felisa bajando la mirada hasta el amarillento tapete que reposaba sobre la mesa.
- ¿ Otra vez te ha pegado tu padre...?.- -Si...otra vez.-
- ¿ Con la correa...?.-
Insistió Lucas con su interrogatorio.
- No. La correa la utiliza cuando no está borracho.-
Contestó una Felisa cabizbaja con semblante de resignación.
- Perdona que lo diga pero...tu padre es un auténtico cabrón, ¿ lo sabes verdad...?.-
Intervino con aires de cabreo un Oscar irritado por lo que cada dos por tres le sucedía a su amiga. Sabiendo que Felisa estaba pasando un mal rato, Oscar cambió la conversación para no seguir por aquellos derroteros que tanto malhumor les creaba a todos.
- Bueno..., que me ha dicho Felisa que os llamara porque quiere decirnos algo...tu dirás Felisa...-
- Es que...bueno, que...ese chico, el nuevo...que me ha dicho que si puede estar aquí con nosotros...que le gustaría, pero le he dicho que antes lo tenía que consultar con vosotros.-
- Ni hablar del peluquín...no señor. ¡¡¡ No ¡¡¡.-
Exclamó rotundo un ofendido Ramón, al tiempo que se levantaba para volver a la habitación donde habían dejado el parchís. Los demás no decían nada mientras Felisa les fue mirando a la cara a cada uno de ellos, hasta que por fin Oscar se atrevió a romper el silencio que les había envuelto en ese momento.
- Tu... ¿ qué opinas de él Felisa ?. Parece que te ha caido en gracia y por eso vienes aquí a que te demos el visto bueno. Sabes de sobra que no queremos a nadie más con nosotros, puede largar lo que escondemos en el pajar y meternos en un lío a todos y entonces nos cerrarán la casona para siempre... ¿ es eso lo que quieres ?.-
- No. No quiero que nos separen...pero yo creo que le podemos dar una oportunidad. Y sí, me cae bien y me gustaría mucho que compartiera todo esto con nosotros...confío en él...me lo dice mi instinto y os propongo que forme parte de nosotros...yo respondo por él. Le podemos prohibir que suba al pajar, así no verá lo que guardamos y no podrá irse de la boca...por favor...Oscar...nunca os he pedido nada, se vé buena persona.-
Todos miraron a Oscar. Era la voz cantante y casi siempre se hacía lo que él decía, aunque Oscar siempre hacía lo que Felisa quería, entre otras cosas porque estaba enamorado de ella.
Pero en su mente tenía una espina clavada. Se sabía el culpable de los momentos más amargos que les hizo pasar a todos cuando se empeñó en que un primo suyo formara parte del grupo. Convenció a Ramón para que éste convenciera a Lucas y María de que su primo era de fiar y al cabo del tiempo empezó a murmurarse por el pueblo que en la casona se escondían cosas subversivas, cosas que estaban medio prohibidas. Todos descubrieron que el primo se había ido de la boca con sus amigos y una tarde recibieron la visita de dos guardias civiles que registraron la casona de arriba a bajo sin encontrar nada anómalo ni fuera de lo legal. Les hicieron ir al cuartel a declarar sobre los rumores de los vecinos. Esa misma visita se repitió unos meses después y de ahí que siempre estuviera presente en ellos el temor de más visitas. Desde entonces prometieron que no admitirían a nadie más en el grupo y lo que Felisa les estaba proponiendo había vuelto a desempolvar aquellos malos recuerdos.
- ¿ Qué os parece si lo pensamos tranquilamente y mañana tomamos una determinación con el nuevo?.- Preguntó Oscar a los demás que estuvieron de acuerdo con la propuesta.
–Muy bien...iré a decírselo que seguro que está detrás de la iglesia.-
Felisa se despidió de sus amigos y echó a correr con un sentimiento de alegría por un lado y de incertidumbre por otro ya que le hubiera gustado salirse con la suya, pero estaba segura de que Juan pasaría muchas tardes con ella en la casona.
Con el corazón a punto de estallar aflojó su carrera al llegar junto a Juan que estaba a la sombra pegando tiros en la frente con su amigo Marcial.
– Hola Juan.-
- Hola listilla...¿ya no te quieren tus compañeros?.-
Respondió Juan con cara de pocos amigos.-
- ¿ Estás enfadado conmigo?.-
- Tu ¿qué crees?. ..Casi te he suplicado el poder estar contigo un ratito y me has enviado poco más que a la mierda...-
- No seas así, Juan, no es cierto lo que dices y si te he dicho que no podías entrar en la casona ha sido por algo. No puedo forzar a mis amigos a que estés con nosotros si ellos no lo dicen. De todas formas son buena gente y seguro que dirán que sí, que puedes estar con nosotros.-
- ¿Qué insinúas?. Creí que venías a decirme que podía ir y ahora dices que “seguro que dirán que sí”... ¿ Acaso tienen que pedir permiso al Papa de Roma para eso?.-
- Mañana tomaremos la decisión. Es lo único que te puedo decir...si por mí fuera ahora mismo estaríamos allí, ya lo sabes.-
Dejaron el tema y continuaron hablando, conociéndose el uno al otro, hasta que se hizo de noche y tomaron el camino hacia sus casas. Al día siguiente todos acudieron puntuales a la casona, tenían ganas de saber cuál sería el veredicto final, si habría chico nuevo para compartir y debatir. El primero en hablar fue Oscar que tenía su decisión ya tomada desde el día anterior. No podía defraudar a Felisa y así se lo hizo saber a todos. El más reacio a la entrada de otro miembro fue Ramón por haber incidido tanto con Lucas y María a la hora de la incorporación al grupo del primo de Oscar. Aún así dio su consentimiento a que Juan se incorporara al grupo y esa fue la decisión de todos. Juan sería uno más de ellos.
Y llegó el gran día. Felisa esperó en una esquina a que Juan saliera de su casa dispuesto a pegar tiros para comunicarle que había sido admitido en el grupo, que esa misma tarde podría ir ya a la casona si le apetecía. Juan casi se dio de bruces con ella que le recibió con una gran sonrisa.
- ¡ Hola Juan, puedes venir a la casona hoy si quieres ¡.-
- Por fin el Papa ya ha hablado por lo que veo y, ¿ a quién le tengo que dar las gracias por ello ?.
- No seas tonto. No me lo pongas tan difícil que bastante he tenido ya como para que ahora tu me vengas con remilgos.-
- Es que lo lleváis todo muy en secreto, parecéis la secta del más allá...ha sido necesario un cónclave por mi culpa y no creo que sea para tanto.-
- Pero Juan, tu... ¿ quieres ser del grupo o no ?. Porque de lo contrario puedes seguir con tus cosas y nosotros seguiremos con las nuestras...eres un tostón de tío ¿ sabes ?.-
- Bieeeen, que sí... que vámonos para allá, no me des más la paliza, Felisina.-
- ¡ No me llames así. No me gusta ¡.-
- Vale tía, como quieras...Felisina.-
- ¡ Bahhh...olvídame, idiota...llámame como te dé la real gana...total, eres un caso perdido ¡.-
Se encaminaron hacia la casona mientras por el camino Felisa le explicaba cómo eran los demás, a quién habría que tener siempre contento para que todo fuera a las mil maravillas, y no era otro que Oscar. Cómo tratarlos, qué cosas decir y qué cosas les molestaban por encima de otras. Al cabo de diez minutos de las debidas explicaciones llegaron a la puerta de la gran casa. Se pararon antes de entrar y Juan observó detenidamente la fachada que tenía ante sí pintada de cal amarillenta y desconchones enormes. Vio una gran puerta de dos hojas de madera roída y sobre ella un pequeño balcón con media barandilla de hierro oxidado y torcido en su mitad por algún golpe que se llevaría en su momento. Encima del balcón se podía ver una media ventana con marco de madera carcomida y rajada por el paso del tiempo y que daba luz natural al pajar. A ambos lados de la gran puerta había dos grandes ventanales con sus respectivas rejas tan tupidas que casi evitaban la entrada de la luz hacia el interior. Por último se quedó mirando el escalón que franqueaba la puerta. Juan estaba a punto de cruzarlo y con ello empezaría una nueva vida para él. Sería como volver a nacer, como si el tiempo vivido hasta entonces no hubiera existido, como si todo lo anterior era simplemente un sueño del cual acababa de despertar dejando atrás su letargo de las quince primaveras que le habían sucedido.
Tras aquél escalón se forjaría una amistad que él nunca pudo ni tan siquiera atreverse a imaginar, una amistad tan verdadera que solo la muerte cruel, violenta y prematura de uno de los dos fue capaz de ponerle fin y aún así, con el paso de los años, todavía perdura y perdurará para siempre en la memoria de uno de ellos aquella más que amistad que surgió de repente porque el destino es así de caprichoso. A veces nos une y nos separa a su antojo por muchos esfuerzos que empleemos para cambiarlo. A veces, casi siempre, siempre, el destino nos quita lo que en otro tiempo nos ha dado sin pedirlo. Así de cruel fue el destino con los dos, les unió como nunca imaginaron y les separó en un tris para siempre.
Felisa tomó la mano de Juan y la movió para llamar su atención.
 - ¿ Entramos...?.-
Preguntó impaciente.
Juan no respondió. Giró la cabeza y la miró fijamente a los ojos sin poder articular palabra alguna. Estaba como anestesiado al sentir el tacto de aquella mano. Él tomó la otra mano de Felisa y bajó su mirada para observar de dónde provenía aquella suavidad que estaba palpando y que había originado un trepidante palpitar de su corazón. Pudo contemplar unas manos pequeñas, con dedos más bien cortos y quizá un tanto gruesos, unas uñas bien cortadas y limpias. Pero lo que más le fascinó fue el roce de su piel, tenía la sensación de que estaba tocando una fina lámina de algodón aterciopelado. Nunca en su vida había sentido tal relámpago de placer, era como si todas las nubes del cielo se hubieran caído de repente sobre él convertidas en pura seda y todo por el simple hecho de tener en sus manos aquellas otras manos tan suaves y delicadas, tan frágiles a simple vista y tan hermosas como su dueña.
- ¡ Sí...entremos que tengo ganas de conocer a tus amigos y comprobar que es cierto todo lo que me has contado de ellos...y... gracias, gracias por dejarme ser tu amigo... ¡.-
- Antes tengo que decirte una última cosa y quiero que no te enfades por ello ¿vale?.-
- Tu dirás Felisina.-
- Tienes que prometerme que nunca subirás al pajar.-
- ¿ Por qué...?.-
- Prométemelo por favor.-
- Pero ¿ por qué no podré verlo ?. ¿ Qué más dá ?.-
- No insistas cabezón...¿ lo prometes ?.-
- Sí, Felisina. Te prometo que no subiré si ese es tu deseo.-
- No es mi deseo...es el deseo de los demás. Lo siento.-
Dejaron sus manos libres y Felisa quitó un ganchito que unía interiormente las dos hojas de la puerta y que permitía la entrada del aire y la luz de la calle. Al cruzar el umbral de la puerta Juan se esforzó por abrir todo lo que pudo sus ojos con la intención de no perder detalle puesto que en su instinto tenía la sensación de que acababa de atravesar el umbral hacia su madurez.
Pisó con cierto titubeo el suelo de adoquines oscuros con estrellas blancas grabadas en el centro de cada adoquín que se encontraban en buen estado y uniformemente colocados. Pudo recrearse durante unos instantes y contemplar aquel alto techo de yeso mal enlucido y con vigas de madera. Le chocó mucho el detalle que colgaba de la viga central. Era una argolla que le recordó a esas que llevan los serones de los animales que tanto abundaban por el pueblo. La entrada era grande y enfrente se hallaba una puerta más alta de lo normal y a la derecha de esa puerta se ubicaban unos diez escalones que conducían a la primera planta y al pajar. Juan movió su cabeza hacia la izquierda para ver la puerta abierta de una habitación que mostraba una mesa camilla con un tablero de ajedrez encima y una botella de agua. Unos metros por delante de esa habitación había una chimenea, estanterías y en ellas pucheros, platos y demás utensilios de cocina. A la derecha, Juan vio otra puerta, una estancia acogedora con gente dentro. Eran los que serían sus amigos que estaban esperándole para darle la bienvenida. Nervioso, se situó a la espalda de Felisa y entraron en la habitación. Juan se quedó asombrado de cómo habían empapelado aquella sala. No se veía ni un hueco libre en las paredes, ni tan siquiera en el techo. Estaba todo forrado con posters de grupos musicales y personajes que nunca había visto aunque otros le sonaban de algo. Su decepción fue no poder ver a su ídolo por aquellas fechas, a Camilo Sexto. Pensó que quizás entre aquel mogollón de cintas musicales que veía junto a un viejo radiocasete se encontrara alguna cinta de las que a él le gustaban.
Todos estaban sentados y de pronto se sintió un tanto desplazado...era el único que llevaba pantalones cortos... –joder, qué corte- pensó para sí. Junto al gran ventanal de aquella estancia dos sillas esperaban a los recién llegados. Felisa ocupó la suya y presentó a su amigo:
- Bueno compañeros, él es Juan. Ellos son María, Lucas, Ramón y el de la guitarra es Oscar...-
- Hola a todos y gracias por dejarme formar parte de vosotros. Espero que nos llevemos bien y que no tengáis nunca que arrepentiros de acogerme...os prometo que no quebrantaré ninguna de vuestras normas, podéis contar con ello.-
- ¡¡¡ Coño chavalín , no te enfades pero estás como un fideo...¡¡¡. Bienvenido, tronco.-
Fue el saludo de Oscar a la vez que le tendía la mano sin levantarse del sofá.
- Hola Juan, mucho gusto.-
Saludó Ramón mientras Juan hacía la ronda para dar la mano a todos y un par de besos a María que se levantó de su asiento y le invitó a que le acompañara para enseñarle la casona. Todos siguieron los pasos de María y la primera visita fue a la puerta que estaba situada junto a la escalera. Era el corral donde se amontonaba un cúmulo de estiércol mezclado con madejas inservibles de cables eléctricos, leña y una vieja tabla de trillar que aún conservaba algunas piedras de sílex a modo de cuchillas clavadas en sus respectivas hendiduras. A unos 20 metros se encontraba un chamizo con cuatro tejas mal puestas que sirvió de cobijo para los animales domésticos. A continuación visitaron la habitación donde siempre estaban Lucas y Ramón practicando sus juegos favoritos. Era la sala donde se refugiaban para distraerse cuando no les apetecía leer y que contenía toda clase de juegos habidos y por haber.
- ¿Sabes jugar al ajedrez?.- Preguntó María mientras retiraba la botella de agua que alguien había dejado sobre la mesa camilla.
- No. Solo he jugado al parchís y de eso hace mucho tiempo.-
- No te preocupes, nosotros te enseñaremos, ¿verdad chicos?.-
 Exclamó una exultante Felisa, contenta por el recibimiento que sus amigos le estaban dando a Juan. Prosiguió la visita y le tocó el turno a la parte de arriba que les dejó ver toda una gran primera planta absolutamente vacía de enseres y con las contraventanas del balcón a medio cerrar que dejaban entrar unos pequeños rayos de luz. Subieron seis peldaños más por la estrecha escalera y llegaron a la puerta del pajar. Todos en fila de a uno sobre los escalones María comentó que aquel lugar estaba prohibido para él.
- Ya lo sé. Ya me ha advertido Felisina de que no puedo entrar ahí y os puedo asegurar que así será.
- Eh...eh, tronco, ¿ qué confianzas son esas de llamarle Felisina ?.- Comentó un extrañado Oscar por aquel atrevimiento del nuevo.
- Me puede llamar como quiera. Me ha pedido permiso y le he dicho que me llame como le dé la gana, ¿ te enteras ?.- Felisa salió en defensa de Juan por el tono que Oscar le había dado a sus palabras. Todo quedó ahí, bajaron y al pasar debajo de la viga central de la entrada a la casa Juan preguntó qué significado tenía aquella argolla que colgaba sobre sus cabezas. Oscar respondió a la pregunta. – La puso mi padre cuando vivíamos aquí. Cuando venía del monte montado en la mula entraba en casa sin bajarse del animal y al llegar a la argolla se agarraba a ella, se levantaba y la mula iba derecha al corral y mi padre se dejaba caer al suelo...¿ curioso no?.- Sí, muy curioso .-
Respondió Juan mientras todos se encaminaban a la habitación de los posters para charlar.
- ¿ Dónde trabajas Juan ?.- Preguntó un Lucas con semblante de querer entablar conversación con el nuevo. – En la fragua que hay al entrar al pueblo.-
- ¿ La del tío Benito?.-
- Sí. Es un buen hombre.-
Contestó Juan mientras miraba la bombilla que a duras penas se mantenía en alto tan solo por dos cables desnudos.
- Hace tiempo le dieron un premio como el mejor herrero de toda Andalucía. Él es de Linares, un pueblo de Jaén.-
- ¿ Te gusta la música ?.-
- Mi ídolo musical es Camilo Sexto. Hace poco que ha sacado la canción “algo de mí” que es número uno en España...-
- ¡¡¡ Ja, ja, ja, ja,...¡¡¡.-
Todos al unísono rieron como si en ello les fuera la vida. Juan sintió cómo su cara cambiaba de color sin saber por qué se reían pero optó por reirse él también. – Estás un poco descolocao me parece a mí...ja,ja,ja...- Indicó Oscar casi revolcándose por el sofá.
Continuó la charla hasta que se hizo la hora de irse. Por el camino Juan dio un rodeo hacia su casa con tal de poder hablar un poco más con Felisa.
- ¿ Qué te han parecido ?.-
Preguntó Felisa con aires de felicidad.
- Ramón un poco calladito. Lucas se ve buen elemento, María ha estado muy amable y atenta. El que me ha dado mala espina es Oscar. Un poco impertinente y chuleta y encima va y se mosquea porque te he llamado Felisina...a él qué le importará...capullino....y si no, el cachondeo con Camilo Sexto...me parece un tanto prepotente su comportamiento y me ha repateado que me tratara como a un niñato... -
- No le tienes que hacer caso. Oscar es así, se cree el más listo de la clase y por eso tiene esos aires de grandeza pero es un buen tío...dale tiempo y verás que no es para tanto. En cuanto a tu gusto musical yo lo respeto pero no te sientas mal por las risas…pronto sabrás qué es la música y yo me encargaré de que flipes con ella.-
- De todas formas, pese a él, lo he pasado bien y son igualitos a todo lo que me habías contado de ellos.-
- Ah, no olvides lo del pajar ¿eh?. No debes subir allí bajo ningún concepto, me pondrías en un compromiso muy gordo y no podré hacer nada por ti si incumples tu promesa.-
- Tranqui, Felisina...no tendré esa tentación...hasta mañana.-
- Adiós Juan, mañana nos vemos...cuídate.-
- Tu también guapísima.-
La primera semana todo fueron atenciones hacia el nuevo que ya se había desprendido para siempre de sus pantalones cortos. La habitación de los juegos estaba siempre ocupada a excepción de Oscar que continuaba en el sofá de la otra habitación rascando las cuerdas de su guitarra. Poco a poco Juan se fue integrando en el grupo. Aprendió a jugar al dominó, al ajedrez, las damas, el tute, el subastao y un montón de juegos que él desconocía. De todo ello se encargaron Lucas, Ramón y sobre todo Felisa que no se separaba de él ni a sol ni a sombra. Gracias a los juegos que le enseñaron, Juan comenzó a cambiar sin que él se diera cuenta. Aprendió a poner todos los sentidos en aquello que hacía, aprendió a concentrarse, a saber elegir la mejor opción para cada cosa que planeaba, a valorar los pros y los contras de cada situación. Aprendió que a veces el mejor camino para llegar a algún lugar no tiene por qué ser el camino más corto. Aprendió a pensar dos veces las cosas antes de hacerlas o de decirlas, supo controlar sus impulsos y guiarse constantemente por la lógica y no por los sentimientos que el odio y el rencor genera en las personas y que les impide ser dueños de ellos mismos. Aprendió el doble valor que tiene echar un paso atrás para luego echarlo hacia delante pero con la firmeza que da la confianza en uno mismo. Todo eso lo adquirió Juan con aquellos en apariencia inofensivos juegos de mesa. Tan solo el tío Benito se dio cuenta de aquel cambio tan radical que estaba dando su discípulo en la polvorienta y negra fragua y así se lo dijo un día pero Juan no le prestó atención. Pensó que Benito estaba ya a las puertas de su jubilación y no pensaba con la claridad necesaria. Para María todo su afán era el pajar, se pasaba las tardes enteras allí arriba y cada día que pasaba más le podía la curiosidad a Juan por el pajar que cayó en un detalle. No entendía el por qué unas personas tan cultas a la hora de expresarse y de pensamientos nunca conocidos por él no tenían allí ni un mísero libro para leer. Tenían algún diario, algunas revistas de música pero ni rastro de libros. Lo dejó pasar y no comentó nada con los miembros del grupo.
Los juegos ya aburrían y Felisa le propuso a Juan escuchar música de la que ellos tenían en la casona. Era toda una variada colección en su mayoría formada por grupos extranjeros y algunos cantautores españoles que Juan no había escuchado en su vida pero que Felisa se encargaría de que jamás se le olvidaran y aprendiera a apreciar y saborear el placer de escuchar buena música. Con Oscar de testigo en el sofá sacando unos acordes a su guitarra, Felisa fue señalando uno a uno los posters que cubrían la habitación.
- Mira, ¿ ves ese cartel de ahí?. ¿ Los conoces…?.-
Juan movió la cabeza de izquierda a derecha.
 – Son los mejores. “ Pink Floyd “…con David Gilmour y Roger Waters. Ese que ves en el techo es “Bob Dylan” el mejor cantautor de cuantos hay en el mundo, a su lado está “Cat Stevens”. Esos de ahí son “slade” que se parecen en el físico a los Beatles...esa es Janis Joplin la primera rockera y muy buena, murió de sobredosis por la heroína...aquí están The Who que son buenísimos con su cantante Roger Daltrey... a estos otros, sí les conocerás ¿no?...-
- Hombre claro, son los “Beatles” y a esos también los he oído, a los “Rolling”.- Comento un alucinado Juan sorprendido por los detalles y canciones que tarareaba Felisa según iba nombrando grupos. Parecía una enciclopedia por la cantidad de detalles que le aportaba cada vez que apuntaba a cada uno de aquellos carteles, era como si ella misma formara parte de cada grupo musical.
- Estos son los “Creedence”, muy buenos. Aquí tenemos a “Led Zeppeling” unos magos del blues y del rock and roll. Este de aquí sí que fue bueno. Es “Jimi Hendrix”, murió hace dos años y era el mejor con la guitarra eléctrica…sabía tocarla hasta con los dientes….no te preocupes que los vas a escuchar a todos.-
Continuaron así hasta agotar la tarde que por entero la dedicaron a eso, a que Juan empezara a coquetear con la música desconocida hasta aquellos momentos. Las tardes siguientes las dedicaron a escuchar en el radiocasete a toda esa gente que permanecían pegados en la pared mirándose unos a otros, aportando en aquellas paredes la mejor imagen de cada uno. Una de esas tardes Felisa cometió una imprudencia que le pudo costar caro con sus amigos pero no se enteraron de ello. Subió al pajar mientras Juan escuchaba música en la habitación de los juegos. Bajó y le dijo a Juan que llevara el radiocasete al corral que daba el sol y se estaba muy bien. Juan obedeció y ella sacó una cinta de casete de su bolso que introdujo rápidamente en el casete al tiempo que bajaba el volumen del aparato antes de pulsar el play y dijo en voz baja:
- Escucha esto, Juan…cierra los ojos y escucha atentamente…-
Se oyó unos compases de guitarra que parecía la de Oscar. Le resultó familiar aquella música pero no sabía dónde la había escuchado. Prestó atención y cerró los ojos como le había dicho Felisa. A la segunda canción que escuchó Juan notó cómo el bello de su piel se erizada para convertirse en carne de gallina por entero. Rebobinaron y tras escuchar aquellos versos cantados una vez más Felisa sacó la cinta del radiocasete y salió corriendo para volver instantes más tarde ya sin el sigilo que había mostrado al irse.
-Es muy bueno Felisina. Las letras son puro sentimiento de…no sé cómo decirte, como una mezcla entre la soledad, la tristeza, la felicidad y la libertad…no sé, es bueno…muy bueno.-
- No se lo digas a los demás ¿vale?...es un concierto de Paco Ibáñez en el teatro Olympia de París y aquí en España está prohibido…no puede cantar y si viene le meterán en chirona.-
- ¿ Y por qué le van a encarcelar?.-
- Por lo que acabas de oir.-
- ¿Por eso?...si deberían de darle el mayor galardón que exista en la música…-
- Pues no, lo que le pueden dar es la cárcel para toda su vida.-
- Un par de las canciones que acabamos de escuchar me ha parecido que las toca Oscar ¿ no ?...y esa cinta... no la he visto antes entre las demás…¿dónde estaba?.-
- No preguntes tanto, pecoso… que quieres saber demasiado en poco tiempo y eso no puede ser que al final te harás el dueño de la casona…ya verás.-
Entre risas acabó el día.
Una de aquellas tardes Felisa tardaba en llegar y Juan siguió a María escaleras arriba que se dirigía al pajar. María metió la mano en un recoveco de la pared y sacó una llave y abrió la puerta para cerrarla tras de sí. Juan pensó que ya era hora de entrar en el pajar y la tarde siguiente llegó temprano. Oscar ya se encontraba en la casona y le saludó:
- Hola Oscar...voy a coger el casete para escuchar música en la otra habitación...¿vale?.-
- Hola flaco...coge lo que quieras y no hagas mucho ruido que estoy preparando una canción.-
- Entonces te cierro la puerta que mi música te molestará.-
- Bien, vale Juan...cierra.-
Juan puso en casete en marcha en la sala de juegos y se dirigió a la escalera que rápidamente escaló hasta llegar a la puerta del pajar. Sacó la llave de su escondite y abrió aquello que le estaba prohibido pero que no podía evitar ya que su curiosidad le estaba martirizando. Contempló un viejo techo con palos, hecho con trozos de cañas y barro con pegotes de yeso amarillento. Una pequeña ventana daba claridad suficiente a todo el pajar que estaba muy limpio y eso le intrigó porque no era lo normal en un pajar, pero lo que más le extrañó eran aquellas alpacas de paja bien compactadas, atadas con cuerdas hechas de esparto, que estaban en el centro muy bien colocadas una encima de otra y que llegaban casi hasta el techo y puestas a modo de pirámide. Juan dio dos vueltas alrededor de aquella pirámide pero no veía nada raro. Solo había paja prensada y bien atada a modo de enormes dados y nada más, ni tan siquiera una silla para poder estar allí medianamente en condiciones para pasar las horas que se pasaba María y los demás. Movió una de las alpacas y pudo comprobar que estaban muy unidas y compactas. Volvió a mirar por completo todo el pajar y se dirigió a una de las paredes donde parecía que sobresalía algo. Simplemente eran dos palos allí clavados que servían a modo de percha. No había nada, aquel pajar estaba vacío de posibles tesoros y pensó que se habían quedado con él, que todo era una broma de mal gusto para reírse del novato. Decepcionado, cerró el pajar y volvió a la sala de juegos para seguir escuchando música.
Pasaron dos meses desde que Juan se incorporó al grupo y había cubierto las expectativas de todos. En la fragua hizo una lámpara de hierro estilo medieval y decidieron colgarla en la argolla de la viga central. A Oscar le sorprendió gratamente aquel trabajo del “fideo” y a raíz de aquello entendió que no debía de meterse continuamente con Juan, aunque le enfurecía que por su culpa Felisa apenas le prestara atención.
Se acercaba el invierno y con él vendría el cumpleaños de Juan, un cumpleaños que sería el primero y el último que celebraría junto a ellos.
Compraron unas cervezas, coca-cola y limón que acompañaron con unas bolsas de patatas fritas y cacahuetes. Con la lumbre encendida y sentados alrededor de la chimenea bromeaban con los dieciséis años que ese día cumplía Juan aunque aparentaba alguno más. Le tenían preparada la mejor de las sorpresas que le podían dar y siempre recordaría aquel cumpleaños por lo que significó para él.
- Juan te hemos preparado una sorpresa, ¿estás con ánimos de recibir algo ?.- Le preguntó Oscar con una sonrisa que buscó la complicidad de los demás.
- Bueno, es mi cumple ¿no?...aunque no es necesario que me regaléis nada con vuestra amistad es más que suficiente para mí.-
- Felisa, ya puedes venir.-
Gritó Oscar con entusiasmo esperando la entrada de Felisa, que había ido a la sala de juegos a encender una vela en la tarta de bizcocho bañado en chocolate que ella misma había hecho. Al verla llegar todos le cantaron el cumpleaños feliz y Felisa le dijo a Juan que tenía que pedir un deseo antes de apagar la solitaria vela y él así lo hizo.
- Muchas gracias por este regalo y seguro que está buenísima la tarta...-
- Este no es el regalo al que se refería Oscar...es otro, pero antes vamos a probar mi tarta para que veáis lo bien que se me da la cocina.-
Terminaron el pastel y Oscar fue el encargado de desvelar la sorpresa que todos habían urdido con anterioridad.
- La tarta no era la sorpresa que queríamos darte, hemos decidido que ya es hora de que subas al pajar y sepas lo que allí hay. Confiamos en ti y en que lo tendrás guardado para siempre como el mayor de tus secretos. Ten en cuenta que si dices algo tú también te complicarás la vida...-
- ¡¡¡ Joder...me habéis leído el pensamiento. Ese ha sido el deseo que he hecho mientras soplaba la vela¡¡¡.-
Soltó Juan exultante de alegría.
- Os doy mi palabra de que jamás haré ni diré nada que os pueda perjudicar. Para mí formáis parte ya de mi familia y sois como hermanos que nunca he tenido. Gracias por todo lo que me habéis dado, os quiero a todos.-
Oscar le tendió la mano y les invitó a seguirle hasta el pajar. Sacó la llave de su rincón y abrió la pesada puerta del pajar que continuaba tal y como Juan lo había dejado en su furtiva y fugaz visita.
- Este es nuestro secreto...nuestro tesoro más preciado y que a partir de hoy también será tuyo.- Comentó Oscar mientras señalaba con el dedo a la gran pirámide de paja.
- ¿ Y tendrá mucho valor todo este montón de paja si lo vendemos ?.-
Preguntó Juan de forma ingenua o quizá con la intención de hacerse el simpático.
- ¡¡¡ Eres muy gracioso chavalin...o estás como una cabra.¡¡¡...No es lo que ves, tienes que ser un poco más listo.-
Murmuró Oscar malhumorado. Felisa medió entre ambos como siempre y se dirigió a Juan con la idea de que él mismo descubriera el tesoro.
- Imagínate por un momento que en algún lugar de esta pirámide hay una puerta secreta...y que en su interior hay algo escondido, ¿ crees que la puerta podría estar aquí detrás?.-
- No...yo no la pondría ahí...seguro.-
- Y...¿ por qué no, Juan?. ¿ Qué más dá?.-
- No daría igual. La ventana está al otro lado y si ponemos ahí la puerta todo estará oscuro al igual que estará su interior si es que está hueca la pirámide por dentro...-
- Bravo, chavalin...bravo. Por fin oigo de ti una cosa que tiene algo de sentido común, ja,ja,ja.-
Les interrumpió Oscar con cierto sarcasmo mientras Lucas y Ramón le reían la gracia. Irritada y fuera de sí por el tono descortés de Oscar, Felisa le cogió por el antebrazo mientras señalaba hacia la puerta.
- Oscar...vete a la mierda por favor...iros todos para abajo que yo me quedo con él para enseñarle lo que tiene que hacer...por favor bajad...-
Tan solo María se atrevió a comentar algo.
- Felisa me hace ilusión quedarme para verle la cara cuando lo descubra...-
- Bien, tu puedes quedarte pero vosotros...para abajo los tres...venga y rapidito.-
Sin rechistar lo más mínimo, Ramón, Lucas y Oscar salieron del pajar dando éste último un gran portazo que hizo caer un trozo de cal del marco de la puerta.
- Eres un gilipollas, Oscar...que lo sepaaaaas.-
Le gritó Felisa encolerizada. Resopló, se recogió el pelo para hacerse una larga coleta con una goma que llevaba en una de sus muñecas y se dispuso a seguir con la conversación que mantenía con Juan.
- No deberías de tratarle así Felisina...al final saldremos a ostias ya lo verás.-
- Es que es un impertinente y lo sabe, es un chulo y lo que pasa es que te tiene celos porque le gustaría que le tratáramos a él como lo hacemos contigo pero no se lo merece...algún día le arañaré la cara, te lo juro.-
- Venga déjalo...sigamos...-
- De acuerdo. Y tu María...no digas ni mú o seguirás el mismo camino que los demás...quedas avisada.-
- Bueno hija...tampoco es cuestión de que te pongas así...vale, estaré calladita.-
- ¿ Por dónde íbamos?... ah..si, dices que la puerta no puede estar ahí detrás. Bien, vas bien de momento. Ahora...dale un par de vueltas y dime si ves algo raro.-
- No...no veo nada que me pueda dar una pista...-
- Utiliza la cabeza que para eso la tienes.-
Juan dio una vuelta más y esta vez si vio algo fuera de lo normal. Se fijó que justo en la zona que daba la luz de la ventana, el suelo estaba un poco más gastado que en otras zonas. Se agachó y miró fijamente al fardo de paja que tenía ante sus ojos. Lo movió y tenía un poco mas de soltura que el resto de fardos. Tiró de las cuerdas de esparto hacia él y lo sacó. Vio que detrás había otro fardo, como si la pirámide fuera maciza. Colocó el fardo en su sitio y se incorporó para hablar.
- Si hay puerta, que no lo sé...es aquí...estoy seguro.-
- ¿ Por qué estás tan seguro ?.-
- Por las rozaduras que hay en el suelo y por la facilidad con que he sacado esa pieza de paja...pero detrás hay más...y no creo que dentro haya algo.
- Saca otra vez esa pieza del puzzle que has dejado en su sitio...muy bien, ahora agáchate y empuja la otra pieza que ves hacia dentro...y lo habrás descubierto.-
Así lo hizo, de repente se vio dentro de un iglú de paja con dos cofres que contenían un tesoro que para ellos era como el mayor de los tesoros, que guardaban celosamente como si fuera su propia vida, su propia existencia y su propia razón de ser.
- ¿ Los puedo abrir...?.-
Preguntó Juan como si hubiera encontrado la guarida de Alí baba.
- ¡¡¡ Claro tonto...abre la puerta a tu ilusión ¡¡¡.-
Contestó Felisa mientras entraba arrodillada junto a María en el interior de la pirámide.
- ¡ Mira qué carita tiene, Felisa...¿ ves ?...Por eso me quería quedar, ja, ja, ja.-
Exclamó María llena de felicidad. Felisa levantó las dos tapas de aquellos dos baúles que dejaron de ser refugio de mantas para pasar a poseer todo un mundo de palabras. Palabras encadenadas que juntas, una tras de otra, harían que aquel niño que ese mismo día cumplía los dieciséis años despertara a la realidad que por aquellos entonces estaba viviendo sumido en una experiencia que labraría su caminar para toda la vida.
- ¡¡¡ Madre mía...¿ cuántos hay ?.-
Preguntó Juan mientras palpaba el interior de los baúles.
- Más de cien Juan...y todos...todos te los tienes que leer...¿ lo prometes ?.-
Le respondió Felisa casi con lágrimas en los ojos.
- No sé si viviré tanto tiempo para eso...pero te juro que al menos lo intentaré. Joder...si que es una sorpresa, si... y de las grandes. Tu ¿ los has leído todos... todos Felisina ?.-
- Si.
- ¿ Y tu, María...también ?.-
- No. Hay algunos que no.... No pude con “ El Capital” era demasiado para mí y no lo pude acabar.-
- - Tienes que empezar por este. “ La Madre”, lo escribió Máximo Gorki en el año 1906. Es el mejor libro de cuanto tenemos por lo que representa y por todos los sentimiento que despierta en quien lo lee...es mi favorito.-
Confesó Felisa mientras ojeaba la portada de aquel libro donde se veía a una madura mujer junto a un joven que portaba el característico gorro de las estepas rusas.
- Y... ¿ de qué va ?.-
Pregunto un intrigado Juan con el corazón golpeando violentamente en su pecho por los momentos que estaba viviendo y la emoción de todo lo que sus ojos le estaban mostrando..
- Cuando lo leas, dejarás para siempre a tu amiguito Marcial y algún día vendrás aquí y me llamarás para que quememos en una gran hoguera tu preciada colección de novelas del oeste...te aseguro que así será y entonces me reiré durante un buen rato, ja,ja,ja.-
- Lo que tu digas...listilla, pero dime cual es el argumento...por favor.-
- Es de un joven que se llama Pavel y que su madre, de nombre Pelugia, que está casada con un borracho, piensa que por muchos años que pasen su hijo siempre será un niño, hasta que descubre que no es así, que es un líder y que hace cosas que no debería...hasta que un día lo detienen y es deportado...entonces la madre acaba por comprender los valores y los ideales por los cuales luchaba su hijo y...bueno, no te digo más. Léelo antes que los demás. Está ambientado en la Rusia zarista y la represión que sufrieron...te digo que te gustará. Cuando lo acabes sigues con estos dos del Ché y este de Martín Vigil, que era cura y se titula “Tierra Brava”. En él podrás leer lo que pasó aquí, en este pueblo en el año 1931. Seguirás leyendo estos de García Lorca, Miguel hernández...Machado, Neruda, Jorge Manrique...y cuando termines comprenderás la fuerza que tienen las palabras, la poesía...en fín, todos, que tienes que leerlos todos.- Concluyó Felisa que acabó sentándose en el suelo.
- Y, ¿ de dónde habéis sacado tantos libros ?.-
- Oscar tiene un hermano en Londres y cada verano nos trae tres o cuatro libros que en España no se editan porque están prohibidos y por eso los ocultamos aquí, junto a estas cintas de casete que también están vetadas en nuestro país y que tienes que escuchar sin excusa alguna... esta es de Paco Ibáñez, aquí está Victor Jara, Raimon, Luis Pastor, Lluís Llach...y unas cuantas más que hay por ahí abajo.-
- Ahora voy entendiendo alguna de esas cosas de las que habláis de vez en cuando y que nunca me han importado mucho...no entenderé jamás qué mal puede haber en estos libros y el por qué hay que esconderse para poder disfrutas de ellos...es una putada Felisina...una auténtica putada.-
Aquella noche Juan no pudo dormir por las emociones que el día de su cumpleaños le había dado. Felisa le dejó muy claro que los libros y las cintas de casete no podían salir del pajar y que la puerta no debía cerrarse del todo, que tenía que permanecer entornada de modo que si tenían alguna visita no deseada pudieran escuchar quien llegaba para poder esconder todo y colocar los fardos de paja en su sitio. Las dos siguientes semanas las pasaron Felisa y Juan en el pajar sentados en el suelo apoyando la espalda en las paredes de la pirámide. Juan se subió dos cojines que al terminar cada jornada los dejaba encima de los baúles para el día siguiente.
- ¿ Qué te han parecido los que llevas leídos hasta ahora ?.-
Preguntó una aburrida Felisa que se dedicaba a volver a leer aquellos libros ya leídos y que no recordaba muy bien, pero la sola idea de estar junto a Juan le deleitaba hasta el extremo de aburrirse si él estaba a su lado leyendo...formándose.
- Hasta ahora me están gustando todos una barbaridad...pero el de La Madre...me ha dejado un poco así...no me ha gustado el final.-
- Así era la vida en aquella época y no todo es siempre de color de rosa...igual que nos pasa a más de uno de nosotros.-
Una tarde Felisa no apareció y Juan charló un momento con Oscar antes de irse a cenar.
- Estoy leyendo el libro de Tierra Brava...está bien, pero aún no he llegado al acontecimiento que me dijo Felisina que ocurrió aquí en el pueblo..¿ qué pasó en aquel año ?.-
Comentó Juan que no podía esperar al día siguiente para descubrirlo. Oscar dejó su guitarra en el suelo y tras cruzar sus piernas miró seriamente a Juan antes de hablar.
- Durante los días 30 y 31 de diciembre de 1931 había revueltas por casi toda España. Habían hecho una reforma agraria pero tardaban mucho en ponerla en marcha y los campesinos se estaban muriendo de hambre y se decidió hacer manifestaciones por todo el estado. El día 30 de diciembre en la manifestación que hubo aquí en nuestro pueblo se armó la marimorena por la intervención de la guardia civil que vino a disolverlos y al día siguiente la multitud fue al cuartel y murió un campesino de un disparo entonces los demás vecinos apalearon a los guardias civiles que allí estaban...mataron a cuatro guardias y eso trajo una represión bestial sobre nuestro pueblo y nuestras gentes. Los vecinos decían que “ los había matado el pueblo”…como en Fuenteovejuna. Desde entonces una leyenda negra se forjó de este pueblo y de sus habitantes y nos miran a todos con lupa...eso a pesar de que en aquella época pasó lo mismo en otros lugares de España, pero mira...mira si será negro lo que pesa sobre nosotros que hasta salimos en los libros...este país es una mierda chaval...una verdadera mierda. Han pasado ya 40 años de eso y todavía sufrimos las secuelas de aquellos sucesos y por muchos años más que pasen siempre llevaremos ese San Benito sobre nuestras espaldas...antes aquí éramos más de tres mil personas y ahora ya ves...somos cuatro gatos y encima mal avenidos...si tienes oportunidad es mejor que te vayas cuanto antes de este pueblo, estamos dejados de la mano de dios y aquí cada vez vamos a menos...no hay ayudas oficiales...los vecinos están unos contra otros y parece que cuanto peor le vaya al pueblo es mejor...qué gilipollez ¿ verdad ?.-
Finalizó un Oscar que jamás había visto Juan. Le dejó perplejo aquella historia que Oscar le acababa de relatar con una oratoria digna del mejor líder pero lo que más le conmocionó fue la forma de contarla y la expresión de su cara y de sus ojos, parecía otro Oscar y continuó con la conversación.
- Pues si, no deja de ser una soberana falta de sensatez y todo es por culpa de la política. Qué ignorantes que son...la política es para los que comen de ella o para quienes la ejercen como verdaderamente es la auténtica política. La política es un buen invento si se utiliza con los fines para los cuales fue creada pero las personas la hacemos mala y así nos vá. .-
Intervino Juan dejando maravillado a Oscar.
- Eres bueno chaval, has hecho un análisis perfecto de lo que pasa y eso a pesar de que llevas entre nosotros cuatro días...has estado bien, me ha gustado, pero has pasado por alto un detalle que es lo más importante de todo...aquí los políticos que hay están puestos a dedo, ni son políticos ni son nada puesto que no han sido elegidos democráticamente.-
Contestó Oscar al comprobar que Juan empezaba a comprender como era el mundo real que les estaba tocando vivir.
- Ya sé que estamos en una dictadura...no me refería a nosotros si no a los países de nuestro entorno. Benito recibe información del extranjero y hablamos mucho de eso en la fragua...es un hombre que sabe mucho...hablando de otra cosa, ¿ Por qué no habrá venido hoy Felisina...sabes algo, Oscar ?.-
- No. No sé nada...pero si mañana no viene...malo, te diré por qué me supongo que es.-
Al día siguiente Felisa tampoco apareció. Nadie sabía nada y cuando se iba Juan le preguntó a Oscar.
- Hoy tampoco ha venido...¿ qué le habrá pasado ?.-
Preguntó con angustia.
- Es por culpa de su padre que es un cabronazo. Estará borracho para variar y le habrá dado una de sus palizas...como siempre...algún día la matará el hijo puta ese.-
Contestó Oscar hastiado de la desgracia que le había tocado a su amiga. Juan se despidió de todos con la sola idea de que esa tarde tenía que ver a Felisa. Ya anochecía y hacía frío cuando se paró al llegar a la puerta de la casa de Felisa. Había luz en el interior pero no se oía nada. Miró la tapia que daba al corral y pensó que tal vez por allí podría saltar y así lo hizo pero se llevó un corte en el muslo de su pierna derecha por culpa de los cristales que casi todas las tapias de las casas tenían clavados en lo más alto para evitar que alguien hiciera precisamente lo que él acababa de hacer. Vio una ventana iluminada, con una gran reja y visillos blancos en el interior. Se asomó y vio unos pies desnudos que colgaban de una cama. Eran pequeños por lo tanto deberían de ser de ella y empujó los cristales para abrir pero estaba cerrado. Tocó levemente con sus uñas para llamar la atención cuando los pies desnudos tocaron el suelo y pudo ver unos ojos verdes, aquellos ojos verdes que tanto le decían cada vez que le miraban. Pero esta vez esos ojos no eran los de siempre, estaban rodeados de un derrame interno que más bien parecían unos ojos puestos sobre un charco de sangre...la cara de Felisa estaba totalmente hinchada, con un leve corte en su labio inferior y un ojo totalmente amoratado y cerrado por la hinchazón. Felisa abrió los visillos para que su amigo pudiera ver lo que la mano del hombre puede hacer...le miró aunque apenas podía parpadear sin sentir un gran dolor aunque el verdadero dolor lo llevara muy dentro. Juan puso su mano abierta sobre el cristal como queriendo tocarla...intentaba curar aquellas heridas o al menos calmar su dolor, pero no podía...las lágrimas empezaron a brotar de los ojos de Juan que no podía creer lo que estaba viendo. Felisa dejó escapar un reguero de lágrimas también y puso su mano en el mismo lugar del cristal donde se hallaba la mano de Juan. No se decían nada, solo lloraban y lloraban por las injusticias que a veces se comenten sin justificación alguna. Estuvieron así durante casi media hora hasta que Felisa bajó su mirada y vio que el pantalón de Juan estaba roto y lleno de sangre, le hizo una seña para que él se diera cuenta y se fuera a su casa. Juan lo entendió y así lo hizo tiritando de frío. Trepó de nuevo por la pared sin prestar atención a la herida de su pierna, solo pensaba en ella y en el calvario que estaba viviendo.
A los dos días Felisa subió al pajar donde estaba Juan inmerso en sus lecturas y escuchando las cintas que dormían en los baúles, al verla sintió como su corazón daba un vuelco y tiró el libro para abrazarse a ella mientras hablaba.
- Lo siento...lo siento mucho Felisina..de verdad.-
- No te preocupes por mí...ya estoy acostumbrada.-
- Yo no lo aguantaría...no sé por qué lo toleras.-
- Ya se ha terminado Juan...ya se ha terminado...
te lo juro.-
- No irás a hacer alguna tontería ¿verdad?.-
- Puede...no se. Solo puedo decirte que dentro de una semana ya no me verás aquí.-
- ¿ Por qué..?
- Me voy a Madrid...ya no aguanto más. No me duelen los golpes...han sido tantos durante toda mi vida que ya no los siento, pero tanta humillación...tanta vileza no la puedo soportar y me voy. Lo siento sobre todo por ti, Juan, que eres mi mejor amigo y por eso te lo cuento y no quiero que les digas nada a los demás.-
- Y ¿cómo te vas a ir...andando?.-
- Si. Iré en auto-stop hasta Badajoz y allí cogeré el tren hasta Madrid.-
- Y cuando llegues allí... ¿qué?.-
- Cogeré una pensión y me dedicaré a limpiar escaleras...lo que sea con tal de salir de este infierno que me ha tocado...si mi madre viviera...sería otra cosa pero ya no tengo nada que me ate a este maldito pueblo...nada, no tengo nada...ni siquiera me ha dejado una pizca de orgullo he sido ultrajada desde que nací y quiero empezar una nueva vida porque creo que me lo merezco...creo que no soy tan mala como para merecer tanto castigo...-
- Yo puedo llevarte a Badajoz con el coche de mi padre.-
- ¿ Sabes conducir, Juan ?.-
- Mi padre me enseñó cuando yo tenía doce años y de vez en cuando lo cojo para llevarlo a la era y lavarlo.-
- Bien...ya te avisaré...será el próximo lunes.-
- Pero me escribirás Felisina...promételo...promete que me escribirás.-
- Te lo prometo, pero no se lo dirás a nadie...nadie tiene que saber dónde estoy ni tan quiera nuestros amigos.-
- De acuerdo.-
Esa última semana les mantuvo más unidos que nunca. El pajar fue su refugio donde poder expresar todo el cariño y amistad que se tenían con la libertad que necesitaban. Los días pasaban muy deprisa y Juan no podía hacerle retroceder a Felisa de la decisión que ella había tomado. Sabía que era lo mejor para ella pero también sabía que si Felisa se marchaba él se quedaría solo y desamparado y la sola idea de pensarlo le había quitado el sueño durante los últimos días.
- ¿ Estás segura de que quieres irte mañana.?.-
- Si, Juan. Mañana será el día...te echaré mucho de menos puedes estar seguro, pero es lo mejor para mí, ¿ lo entiendes verdad ?.-
- Si, lo sé. Pero también sé que la casona ya no será lo mismo para mí...si te vas habrá perdido todo su encanto, su misterio y la sensación de placer que sentía desde el primer día que entré en ella...yo también te echaré de menos y de buena gana me iría contigo....-
- ¡ No digas idioteces Juan...tu tienes tu familia, tu trabajo, la casona y al resto de nuestros amigos...peor lo tendré yo en Madrid sin conocer a nadie, yéndome a la aventura pero es la única solución que he visto para intentar buscar un poco de paz y de felicidad. Tan solo quiero vivir como una persona más, como una chica normal y no estar a la espera de saber cuando me darán la próxima paliza...antes prefiero quitarme la vida...-
- Déjalo Felisa, que te entiendo muy bien...lo que pasa es que me da miedo quedarme sin ti...me he acostumbrado a que estés conmigo siempre y la idea de no volver a verte me tiene perturbado. No me hagas caso, ve a Madrid y procura ser lo más feliz que puedas...te lo mereces.-
- ¿ Por qué me has llamado Felisa...?.-
- No lo sé...tal vez porque ya te echo de menos a pesar de que estés ahora aquí...es que últimamente tengo unas sensaciones muy raras.-
- No te habrás enamorado de mí ¿ verdad ?.-
- Nooo...que va. Nunca he estado enamorado por lo tanto no sé qué sensaciones produce el amor en las personas. Para mí eres como...no sé, quizá una hermana mayor que se ha preocupado porque su hermano pequeño sea como ella no ha sido capaz de ser porque no la han dejado, porque a base de golpes le han impedido ser ella misma...ese...creo...es el sentimiento que tengo hacia ti, no sé, o quizá el de una madre que desde el primer día me trató como adulto y no como un niño...si, puede ser eso también...no sé Felisina, no sé qué siento por ti pero puedo decirte que ahora mismo me siento mal...muy mal porque sé que a partir de mañana yo no seré ya el mismo Juan que todos conocen. Seré un Juan solitario como lo era cuando vine al pueblo, solitario viviendo solo de tus recuerdos y pensando qué estarás haciendo a cada momento, si serás feliz o no, si tendrás la suficiente fuerza para sobrevivir en la jungla de rascacielos que es Madrid.-
- No estés así por mí Juan, te prometo que sobreviviré...-
Se abrazaron y permanecieron así, sentados en el suelo del pajar, durante un buen rato mientras Felisa repasaba por última vez con su mirada las paredes de aquel pajar que fue el único motivo por el que seguía viviendo. Para Felisa el interior de la pirámide fue como esa madre que se desvive porque sus hijos sean un modelo a seguir y por el cual sentirse orgullosa. Esa montaña llena de historias, de palabras, de poesías, de notas de música que cada una a su manera le decían que la vida estaba llena de tropiezos pero que lo más bonito de vivir era saber levantarse de cada adversidad y aprender de cada caída para no cometer en el futuro los mismos errores del pasado. Eso fue lo que aprendió Felisa de aquella madre y se disponía a emprender el viaje de su vida...un viaje hacia la muerte.
A las tres de la mañana Juan esperaba con el coche cerca de la casa de Felisa que llegó puntual a la hora convenida con tres grandes bolsos que dejó caer en el asiento trasero.
- ¿ Llevas dinero para el tren ?.-
Preguntó con preocupación un Juan con cara seria. Felisa le dijo que tenía suficiente y él le entregó un sobre con lo poco que tenía. Felisa lo rechazó pero ante la insistencia de Juan lo guardó en el bolso de mano que llevaba colgado en bandolera. Al llegar a la estación el frío y la niebla se antojaban insoportables pero lo peor era el momento que estaba a punto de llegar...y llegó. Felisa se abrazó a Juan y le dio un beso en cada mejilla mientras subía al tren de su nueva vida...rumbo en busca de la felicidad o al menos rumbo a la tranquilidad, al reencuentro consigo misma, al encuentro de su destino, a encontrar la paz.
Pasaron los días y en el pueblo no se hablaba de otra cosa que no fuera la fuga de Felisa. Nadie sabía nada y nadie se enteró de nada. Al cabo de dos interminables meses en los que Juan siguió con sus lecturas en el pajar recibió una carta que le llenó de ilusión y aprovechó unos días de fiesta para irse a Madrid. Tardó casi un día entero en llegar puesto que todo el trayecto lo hizo en auto-stop con tal de que le llegara el dinero para pasar dos días con Felisa. Preguntó por la calle que ponía en el sobre de la carta y ante sí tenía una fachada verde con un cartel que decía –Fonda Lupe. Habitaciones-. Subió unas escaleras y preguntó a la portera por Felisa López.
- La habitación número ocho. Es de ella y de Nati.-
- Gracias...muy amable señora.-
Tocó con los nudillos en la puerta y allí estaba ella. Se había cortado el pelo y lucía una media melena que le sentaba muy bien, pensó Juan.
- ¡¡¡ Juan...pero qué haces aquí...?...qué alegría señor...qué alegría ¡¡¡.-
Se dieron un efusivo abrazo y Felisa le presentó a su compañera de habitación.
- Es más guapo de lo que me has dicho Felisa...mucho más guapo y no está tan delgaducho. Ella me habla mucho de ti, dice que eres una buena persona y que eres lo único que hay bueno en ese dichoso pueblo.-
- No es para tanto...ella que me quiere demasiado.-
- Nos vamos Juan, me arreglo un poco...vamos a ir al teatro que esta noche hay una representación con José Bódalo que es muy bueno. Nos vamos.-
Estaban en la cola del teatro para sacar la entrada y Felisa cogió la mano de Juan con la intención de mantenerla así. Juan notó que no era la mano de siempre, que no era de tacto aterciopelado como aún la recordaba. Pudo comprobar que su palma de la mano estaba tersa, dura en exceso y con unos callos amarillentos libres de piel. Pasó la yema de sus dedos por aquellas montañas de carne maltratada y miró con pena a aquella mujer que tanto le había enseñado...pasó su mano por dos veces dibujando las mejillas de Felisa y sonrió.
Después del teatro entraron en un bar donde un organillo rompía los silencios de la noche trasladando a las calles el típico aire madrileño. Era ya de día cuando se acostaron. Nati no estaba en la habitación y Juan se durmió en el sofá nada más caer en él.
- Despierta dormilón que son las doce y media y tenemos que ir al Rastro a ver a Cascorro.-
- Y...¿ quién es Cascorro?. ¿ Algún amigo tuyo?.-
Respondió Juan mientras se desperezaba y que de buena gana se hubiera quedado durmiendo hasta la noche.
- Cascorro fue un héroe que luchó en la guerra de Cuba y tiene un monumento donde empieza el Rastro, que es un lugar donde se vende cualquier cosa...puedes encontrar de todo, ya verás como te gusta...y, además, si vienes a Madrid y ves la estatua de Cascorro dicen que seguro que vuelves otra vez a visitar Madrid.-
- Eso es lo que me gustaría...volver algún otro día para estar contigo Felisina.-
- Eres un sol, Juan...¿ lo sabes ?.-
- Y tu una luna ¿ lo sabes ?...ja,ja,ja.-
Juan escuchó de labios de Felisa la historia de Cascorro junto a su estatua. Paseaban rodeados por una marea humana que se desplazaba de tenderete en tenderete plagados de trastos viejos y curiosos cuando Juan vio venir a unos hombres que montaban a caballo.
- Jó...mira, viene gente con caballos...que bueno.-
Felisa miró hacia atrás y pudo divisar la pantalla protectora de un casco gris de los antidisturbios. Tiró con fuerza del brazo de Juan y se puso de espaldas tras un árbol abrazándole desesperadamente y gritó…
- Son los grises…son los grises…no te sueltes.-
Había habido una manifestación en la Puerta del Sol y con el barullo uno de los caballos hizo caer a un policía y le pisó en la cara. Sus compañeros al verle ensangrentado la emprendieron con los manifestantes que corrieron en su mayoría en dirección al Rastro.
Era tal la presión que sentía por los brazos de Felisa que Juan apenas si podía respirar…pensó en Pavel mientras ella pensaba en Pelugia, en que aquellos sentimientos que tenía en esos momentos deberían de ser los mismos que La Madre sintió cuando Pavel estaba en peligro y los mismos que ella sentiría cuando fue deportado…estaban pensando en lo mismo pero no lo sabían. Pasaron seis jinetes y tras el inmenso ruido que dejaron solo se oían lamentos. Personas tendidas en la tierra pidiendo ayuda mezcladas con mercancías que llenaban todo el ancho de la calle esparcidas por el suelo. No quedó ningún puesto en pié, la avalancha humana que generó el paso de los caballos arrasó por completo con todo. El caos era tal, que había padres enloquecidos en busca de sus hijos que no encontraban por ninguna parte. Juan empezó a llorar de rabia ante tanta barbarie sin sentido y pudo ver por primera vez y en primera persona cómo era la realidad del lugar donde vivía y la selva en la que su amiga se había instalado. Felisa intentó consolarle y cogidos de la mano abandonaron aquel lugar tan emblemático que parecía un verdadero campo de batalla. Atardecía, se compraron unos bocadillos y Felisa le propuso a Juan ir a un pub para escuchar buena música y relajar así la tensión de la mañana.
- Vamos a ir a un pub que hay en la calle Libertad. Es el único de Madrid que te anuncia en la puerta la música que escucharás dentro y hay días que toda la noche es con música del mismo grupo. Te gustará, estoy segura.-
- Lo que tu digas Felisina, yo vengo de invitado y como guía turística pareces buena...bueno, menos la visita del Rastro que me ha dejado muy tocado.-
- Aquí es casi normal que día sí y día también tengamos follones de esos...es el pan nuestro de cada día, solo es cuestión de acostumbrarse. Mira, hoy ponen música de los mejores...de los míos...de Pink Floyd.-
En aquel pub todo era un poco irreal. La música no estaba ni muy alta ni muy baja de volumen, no había sillas ni sillones ni tan siquiera un taburete. Alrededor de las paredes, a modo de rodapié habían clavado espuma forrada con tela de cortinas hasta una altura de cincuenta centímetros y como asiento cojines, muchos cojines que podías situar donde más te gustara. Las mesas eran demasiado pequeñas y no más de cuarenta centímetros de altas donde a duras penas podían caber cuatro consumiciones.
- Se está bien aquí. La música es guapa, el ambiente es agradable aunque hay alguna gente que no me gusta. ¿ Vienes mucho por aquí Felisina ?.-
- A veces y si la música que anuncian no me gusta pues no entro. Por cierto, no me has dicho hasta cuando te quedarás.-
- Me iré mañana después de comer. El tren sale a las cuatro y mi padre me esperará en Badajoz...pasado mañana hay que trabajar que sino el tío Benito me pela.-
- ¿ Qué tal está el viejo herrero ?.-
- Muy bien y ahora se encarga él de darme lecciones de esas que te gustan a ti pero cuando le llevo la contraria me llena la cara de carbonilla, ja,ja,ja...le quiero mucho y conmigo se porta de maravilla.-
Apenas hablaron durante las dos horas restantes que permanecieron allí ya que estaban absortos por la música que escuchaban. A Juan le recordaba sus días con ella en la Casona y no podía evitar que la nostalgia se adueñara de él. Tenía el presentimiento de que aquella sería su última noche con Felisa, que no parecía ella por mucho que Felisa se esforzara por ser la de siempre y no era por la nueva imagen que le trasmitía su corte de pelo. Había momentos que la notaba como ausente sin motivo aparente para a continuación ser la Felisa que a él tanto le gustaba y que tantas cosas le hizo descubrir. Un repentino escalofrío de temor recorrió todo su cuerpo que puso su piel de gallina al pensar cosas que deseaba que solo estuvieran en su mente y no en la vida de Felisa. Puso fin a aquellos malos pensamientos y propuso que se fueran a dormir. De nuevo Juan se vio en el sofá escuchando en esta ocasión la respiración acompasada de Nati que ya estaba dormida cuando ellos llegaron. Era domingo y cuando se despertaron Nati les había preparado un zumo de naranja y unas tostadas con aceite. Charlaron los tres durante un buen rato y las dos acompañaron a Juan hasta la estación que estaba repleta de gente. Ya con un pie en los escalones del vagón Felisa cogió con sus dos manos la cara de Juan para despedirse.
- Eres maravilloso y...yo también te quiero. Gracias por haber venido a verme ha sido para mí toda una sorpresa y gracias por haberme dado estos dos días que han sido los mejores de mi vida. Me quedo tranquila porque ya sé que puedes caminar solo...sobrevive ¿ vale ?.-
Eran tantas cosas las que él quería decirle que no pudo...no encontraba las palabras adecuadas y apenas pudo decir...
-Yo también te quiero...sobrevive...por favor.-
- Eres un sol...eres mi sol Juan.- Concluyó Felisa con lágrimas en los ojos.
- Y tu mi luna...ya lo sabes...Felisina.-
Felisa le dio dos besos y él la abrazó hasta que consiguió sentir el palpitar del corazón de aquella amiga inolvidable que permanecería para siempre en lo más alto de su propio corazón. Le dedicó una sonrisa a Nati que ésta devolvió mientras le lanzaba un beso con sus manos. Durante el viaje de retorno Juan repasó todos los minutos de aquellos dos días y según se alejaba más convencido estaba de que no volvería a ver a Felisa, tenía esa angustiosa convicción y no entendía el por qué.
Pasaban los meses y no tenía noticias de ella. Juan le escribió hasta tres cartas y no obtuvo respuesta, pensó que quizá ella se había olvidado de él, que tal vez habría encontrado ya la felicidad que andaba buscando, hasta que un día al entrar en la Casona vio a sus compañeros sentados en el suelo de la entrada, cabizbajos y en silencio. Todos lloraban.
- ¿ Qué pasa...por qué estáis así ?.-
- ¿ No te has enterado todavía ?.- Preguntó Oscar que parecía en más entero de todos.
- ¿ De qué...qué pasa?.-
- Mañana traen a Felisa... para enterrarla...-
Juan no quiso saber nada más. Subió al pajar, abrió la pirámide y se metió dentro buscando desconsoladamente algo donde apoyarse para que le ayudara a digerir aquella noticia. Abrió uno de los baúles, cogió el libro de La Madre y se abrazó a él como si fuera su tabla de salvación, como si el espíritu de Felisa estuviera vivo entre aquellas páginas que le hicieron alucinar junto a ella. Se tumbó en el suelo, lloró y lloró hasta que no pudo más. No podía creerlo y se aferraba a lo más preciado que Felisa tenía en aquella gran casa intentando convencerse así mismo de que era una pesadilla lo que estaba viviendo y que se despertaría y que ella estaría allí, a su lado, para consolarle para decirle lo hermosa que puede ser la vida cuando se ama a los demás como ella le amaba a él...
- Juan...es muy tarde... hay que irse a casa.-
Juan salió de la pirámide y se abrazó a Oscar que había subido preocupado por la tardanza de Juan en bajar. Oscar no pudo reprimirse y al ver tan abatido a su amigo comenzó a llorar también. Antes de salir de la Casona todos se abrazaron mientras pensaban que un pedazo de la Casona se iba para siempre. Juan no supo encontrar fuerzas para asistir al entierro y se quedó en casa tumbado en la cama repasando su vida desde la llegada a aquél viejo pueblo.
Al día siguiente entró en la Casona cargado con un gran saco. Saludó a sus amigos que estaban en la sala de los posters y se encaminó directamente al corral. Vació por completo el contenido del saco, sacó una caja de cerillas y una gran llamarada le hizo retroceder. Se sentó en el suelo mientras veía cómo un vaquero pistola en mano se arrugaba poco a poco al ser pasto de las llamas. Se imaginó a su lado a Felisa riendo como ella le había dicho cuando quemara su colección de novelas del oeste. De nuevo acudieron las lágrimas a sus ojos mientras meneaba con un palo la base del fuego que desprendía un sinfín de estrellas hacia el infinito. Cuando su colección ya era solamente cenizas se incorporó al grupo.
- ¿ Qué fue lo que pasó...cómo ha muerto ?.-
- No lo sabemos Juan. Su padre no ha dicho nada y en el pueblo solo hacen que murmurar tonterías, pero nadie sabe nada.-
Contestó María con grandes ojeras que delataban su estado de ánimos.
- Quiero deciros algo que me resulta muy difícil. He tomado una decisión y me gustaría que no os lo toméis a mal por favor. No puedo venir más a la Casona...no lo resisto, os lo juro. Cada cosa que veo, cada paso que doy...cada ruido que oigo me recuerda a Felisina y no lo puedo soportar. Podéis contar conmigo para lo que queráis, podéis llamarme para lo que os plazca y aquí me tendréis pero no puedo volver a esta casa...lo siento...-
Lo entendieron y al cabo de una semana Oscar fue a buscarle a su casa.
- Queremos que vayas aunque solo sea hoy a la Casona, queremos que estés con nosotros para que hagamos algo juntos.-
Juan le acompañó y se dirigieron al corral de la Casona. Allí estaban los demás. María sentada en el suelo y Lucas de pie junto a Ramón. Juan se echó a llorar al verles y sobre todo al ver lo que habían puesto en el mismo lugar que una semana antes él utilizó para quemar su colección de Marcial Lafuente Estefanía.
Oscar sacó un mechero de su bolsillo y se lo dio a Juan.
-Ten...hazlo tu...nosotros no tenemos el suficiente valor. Hazlo por nosotros...hazlo por Felisa.-
Juan se acercó al montón de libros que estaban en el suelo mezclados con las cintas de casete y los dos baúles encima de ellos. Buscó entre el revoltijo de libros, cogió uno de ellos y prendió fuego a los demás. Hicieron un corro agarrados de la mano alrededor del fuego. Todos lloraban. Cuando apenas quedaba una llama Juan miró el libro que se había librado del fuego, acarició la portada y con su dedo pulgar hizo pasar las páginas muy deprisa sintiendo el aire en su cara al pasar de cada hoja. Olía a ella, sonrió, le dio un beso al libro y lo lanzó junto a los demás libros que ya eran solamente recuerdos... Juan no volvió nunca más a la Casona.
- Hola, Nati...¿ vive todavía aquí ?.-
- Sí, en la número ocho.-
Juan no podía dormir desde el entierro de Felisa y quería saber qué fue lo que le quitó a su amiga. Un fin de semana viajó a Madrid para darle tranquilidad a su conciencia y poder estar en paz consigo mismo.
- ¡¡¡ Juan...¡¡¡.-
Nati le abrazó invitándole a entrar.
- Nati, ¿ Tu sabes por qué nunca contestó a mis cartas ?.-
- Felisa no quería mentirte, no quería pintarte una vida de color de rosa cuando todo a su alrededor era negro y oscuro...-
- ¿ Qué pasó Nati...qué le pasó a Felisina?.-
- ¿ Quieres saberlo todo...aunque te duela ?.-
- Sí...porque no puedo sentir más dolor desde que ya no está...-
- La conocí en el pasillo de esta fonda. Ella tenía la habitación número siete al principio, pero rápido se quedó sin dinero y me dijo que si compartíamos la habitación nos resultaría más barato a las dos y yo acepté. Se puso a limpiar por las casas pero no le llegaba el dinero...yo pagaba todo el alquiler de la habitación hasta que me dijo que quería trabajar en lo mismo que yo, que no podía estar viviendo de mi caridad. Intenté convencerla de que no, pero ya sabes lo cabezona que era, cuando se empecinaba en algo no había nadie en el mundo que la hiciera rectificar...y yo... soy prostituta, Juan...yo le dije que no, que no se metiera en este mundo y no me hizo caso Juan, lo siento...lo siento...se lo dije pero no me quiso escuchar. Le presenté a un chulo y éste la explotaba como me explotan a mí también pero estaba metido en las drogas y ella acabó así, primero que si los porros, luego que si una raya y al final fueron los chutes con heroína lo que acabaron por llevársela...lo siento Juan...lo siento. La encontraron con una jeringuilla clavada en el lavabo de un pub que hay en la calle Libertad que está en...-
- Lo sé, estuve con ella... y allí encontró la suya...fue a encontrar su libertad...-
- Me dijo que le gustaría volver a ese lugar contigo...
- Cuando vine, ¿ ya estaba con las drogas verdad ?.-
- Si. Llevaba tan solo dos meses aquí y empezó a coquetear con la coca, decía que así olvidaría antes a su padre, que esa era la mejor manera. Si te soy sincera, creo que murió de amargura, de soledad...de tristeza... hastiada de tantos sinsabores que su destino le había reservado por el camino, solo te tenía a ti, tus recuerdos eran los que la mantenían con alguna esperanza ...me hablaba mucho de ti...te quería como si solo existieras tu en la tierra, lo suyo era verdadera devoción e idolatría por ti...te tenía en un pedestal porque te quería como a un hijo.
- Ya lo sé...yo también la quería. La quería más que a nada en el mundo, era mi vida...mi todo y nunca podré pagarle lo que hizo por mi. Siempre vendrá conmigo...siempre estará en lo más alto de mi corazón y solo espero que haya encontrado allí donde se encuentre la paz que buscaba, que por fin pueda dormir todas sus noches sin pensar qué será de ella cuando amanezca...
ZARRA, 11 de abril de 2009.
A Felisina.........allá donde quiera que se encuentre.
Juan.

2 comentarios:

Charli dijo...

10 comentarios:
Anónimo dijo...
Muy buena. He llorado y me ha gustado.gracias.

13 de abril de 2009 19:32
Charli. dijo...
Gracias a ti por seguir la historia y no te preocupes por tus lágrimas, solo expresan un estado de ánimo y si te sirve de consuelo...también lloré en algunos momentos mientras la escribía.
Un saludo y gracias a ti.

13 de abril de 2009 21:20
Anónimo dijo...
Me ha gustado mucho .al conectarme esta mañana es lo primero que he hecho , leer el final de "Una histaria cualquiera ". Sabia que me estaba esperando...es tierna ,bonita y me ha hecho recordar mi juventud .GRACIAS

14 de abril de 2009 09:47
Charli. dijo...
Un placer haber podido darte unos buenos ratos de lectura y hacerte recordar tiempos pasados que, de otra forma, pero seguro que fueron buenos tiempos en lo general.
Un saludo y gracias por tu comentario.

14 de abril de 2009 15:16
Anónimo dijo...
Yo estaba muy picada con la historia y menos mal que ya ha terminado porque me ha hecho sufrir hasta el final con la pobre Felisina. muchas gracias por esa historia tan maravillosa que nos habeis contado y si podeis hacer mas no lo dudeis que siempre me tendreis al menos a mi como admiradora de eso y de todo lo que poneis aquí, que me encanta.

14 de abril de 2009 20:20
Charli. dijo...
Gracias por tu sinceridad y apoyo. No nos falles si nosotros te fallamos alguna vez.
Un saludo.

14 de abril de 2009 22:46
Anónimo dijo...
Es una historia entrañable y con mucho sentimiento aunque el final sea tan triste. Me has hecho pasar ratos agradables leyendola, pero no nos dejes así,seguro que nos gustaria leer otra historia.

15 de abril de 2009 09:12
Charli. dijo...
Tiempo al tiempo que todo llegará.
Gracias por tu comentario y es un placer saber que te ha sido gratificante leer esta historia.
Un saludo.

15 de abril de 2009 09:56
Anónimo dijo...
Para cuando la proxima???????

15 de abril de 2009 16:10
Charli. dijo...
Se está cociendo.....
Un saludo.

15 de abril de 2009 20:18

Anónimo dijo...

I.M.P.R.E.S.I.O.N.A.N.T.E.